En el proceso electoral de nuestro país debemos
estar atentos de las personas y las propuestas.
No tengo mucho tiempo de ver cómo la historia se
repite, pero he llegado a concluir que, al igual que las religiones, los
partidos no están exentos de verse perjudicados por sus integrantes.
Es excepcional lo que está escrito como políticas
internas, pero la práctica dista de lo que deseamos.
No caigamos en el fatalismo de aceptar que todo
está perdido. Si algo anda mal la responsabilidad va más allá de los partidos.
No son dos o setenta años los parámetros para acusar a un partido o al
gobierno, es la medida para comprender que son los hábitos individuales, y por
tal razón los colectivos, los que hacen de México un paraíso con toques un
tanto infernales.
Espero que elija una persona que tenga como
principio el mejoramiento personal, una persona congruente, pues luego de
elegir a simpáticos personajes analfabetas es cuando lamentamos nuestra
ligereza al emitir juicios o el voto.
No malentienda mis palabras. Para confiar es
nuestra obligación cuestionar a los que pretenden representarnos. La confianza
no significa aceptar a ciegas, significa compartir la voluntad para emprender
proyectos.
Ahora entré en un tema que lo tengo recurrente hace
días, y es que en nuestro país olvidamos el valor de la representatividad. Los
gobiernos no son de un partido, son de los ciudadanos. Los gobiernos se
encabezan para abanderar a un grupo, no para “endiosar” al que lo representa.
Todos queremos confiar, pero necesitamos a alguien
que cumpla con las condiciones para que se dé el delicado proceso. Queremos
confiar, pero poco hacemos para ser confiables.
Ha sido extenso mi tratado sobre la confianza en el
político, pero no es un tema que requiera menos cuidados, al contrario, los que
hacemos marketing político sabes lo difícil de hacer campañas cuando el
candidato es poco confiable.
También como electorado somos duales, por un lado
hablamos hasta por los codos de lo malos que son como candidatos y gobernantes,
pero cuando los tenemos de frente, cuando estamos en el sufragio, nuestra única
y miserable reacción es el sometimiento.
Confío en que no falta tanto para comprender que
los errores que se repiten tienen consecuencias mayores que cuando se ignora el
resultado. Tengo fe y no de la que nos enseñan en el catecismo, sino en ese
estado psíquico en el que se le ordena a todo el cuerpo trabajar por un
objetivo, en lugar de esperar milagros.
En los negocios, en las relaciones personales y en
la política, la intuición razonada nunca falla. Lo invito a confiar, pues tal y
como lo advierto en un poema, esta vida es un eterno confiar y confiar, aunque
en esta ocasión digo que hay que aderezar la confianza con mucha acción, tanta
como la pasión de un equipo de campaña.
NEIDE REYES HANDAL
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